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Las tres poblaciones que Medina del Campo ha conocido a lo largo de su historia quedaron reflejadas en sus tres conjuntos amurallados. En todos los casos, los nuevos asentamientos tuvieron como puntos de partida los sucesivos lugares de mercado situados en el encuentro de los caminos que llegaban a las puertas de los recintos murados; de este modo, a partir de cada espacio ferial arrancará un nueva ampliación del territorio. Se tiene a Don Fernando de Antequera como el fundador de las Ferias de Medina del Campo en torno a la primera década del siglo XV; en principio, tienen carácter señorial, lo mismo que las establecidas en Cuéllar, Medina de Rioseco o Villalón. De 1421, datan las primeras Ordenanzas de aposentamiento de feriantes, dictadas por Dª Leonor, esposa de Don Fernando y, por entonces, Señora de Medina. Gracias a ellas sabemos donde se instalaban cada uno de los feriantes con sus mercancías en las calles del centro comercial -por entonces totalmente asoportalado- durante el siglo XV.

El constante apoyo ofrecido por los sucesivos monarcas se hace patente a lo largo de todo el siglo y culmina con su consideración como Ferias Generales del Reino, en 1491, por parte de los Reyes Católicos. En el rapidísimo crecimiento desde su fundación influye además, de modo notable, el carácter de encrucijada de caminos de nuestra villa, confluyendo en ella todas las rutas importantes del noroeste.

Las convocatorias feriales anuales establecidas en mayo y octubre, en principio grandes mercados francos de transacción de productos, se convierten con el tiempo en reuniones eminentemente financieras. Junto con mercaderes burgaleses, sevillanos y catalanes son numerosos los agentes de grandes casas de finanzas de Amberes, Lyon, Génova, Florencia o Lisboa que acuden a Medina a comerciar. De este modo, el protagonismo de los feriantes y mercaderes de los primeros tiempos, pasa a los hombres de negocios, cambistas y banqueros que endosan créditos, contratan grandes partidas, ordenan pagos, envían cartas de aviso y, sobre todo, giran letras de cambio.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, los contratiempos económicos, relacionados con el fuerte endeudamiento de la Corona, derivan en aplazamientos y suspensiones de pagos que originan crisis financieras que llegan a la definitiva de 1594. Esta situación -unida a la ruptura del eje comercial con Flandes y el traslado en 1606 de la Corte a Madrid, entre otros factores- da lugar a la quiebra definitiva del sistema financiero y con él a la caída en picado de los encuentros feriales de Medina del Campo.


Origen y antecedentes

Tradicionalmente se tiene a Don Fernando de Antequera como el fundador de la Ferias de Medina, pero a ciencia cierta conocemos muy poco acerca de la creación y primeros pasos de las mismas. Sabemos que debieron de establecerse en la primera década del siglo XV, quizá en torno a 1404, teniendo en principio carácter señorial, lo mismo que las establecidas en Rioseco o Villalón. Hay quien sugiere que el modelo ferial adoptado fue el creado en la villa de Cuéllar, en 1390, por el mismo Don Fernando.


El aposentamiento de los feriantes


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De 1421, datan las primeras Ordenanzas de aposentamiento de feriantes, dictadas por la esposa de D. Fernando, Dª Leonor de Alburquerque, por entonces Señora de Medina. Gracias a ellas sabemos donde se instalaban cada uno de los feriantes con sus mercancías en las calles del centro comercial durante el siglo XV. En la actual calle de Padilla los cambios y los que traían «paños mayores», en la de Maldonado los lenceros y sederos, en la de Bernal Díaz los plateros; en la Plaza Mayor (recorriendo su perímetro desde el Palacio Real) los silleros y freneros, joyeros, especieros, armeros, calceteros y jubeteros, y en su centro los buhoneros y barberos; en la actual de Gamazo los comerciantes de pez, cera, rubia, esparto, sebo y aceite; en la plaza del Pan y sus inmediaciones los peleteros y tratantes de paños «menores» o de la tierra; en la otra margen del río estaban situados otros muchos oficios y mercaderías: en la hoy de Claudio Moyano herreros y caldereros, en la de Valladolid zapateros y mercaderes de cueros y cordobanes; más allá, junto a la Mota, los albarderos, etc., etc. Quedaba, de este modo, bien definida en el plano la ocupación de cada uno de los gremios locales y de los mercaderes llegados a la villa en tiempos de feria.


Ferias Generales del Reino

El constante apoyo ofrecido por los sucesivos monarcas se hace patente a lo largo de todo el siglo y culmina con su consideración como Ferias Generales del Reino en 1491 por parte de los Reyes Católicos. En el rapidísimo crecimiento desde su fundación influyó además, de modo notable, el carácter de encrucijada de caminos de nuestra villa en la cual confluían todas las rutas importantes castellanas, especialmente el eje Toledo-Burgos-, con las principales ciudades castellanas de entonces -Valladolid, Zamora, Salamanca, Segovia, Ávila,…- a una cercana y similar distancia.

Las convocatorias feriales anuales establecidas en mayo y octubre, en principio grandes mercados francos de transacción de productos, se convierten con el tiempo en reuniones eminentemente financieras. Junto con mercaderes burgaleses, sevillanos y catalanes son numerosos los agentes de grandes casas de finanzas de Amberes, Lyon, Génova, Florencia o Lisboa -ciudad, en opinión de Henri Lapeire «donde abundaban los capitales, aunque, desde el punto de vista financiero, era una dependencia de Medina»- etc. De este modo el protagonismo de los feriantes y mercaderes de los primeros tiempos, pasa a los hombres de negocios, cambistas y banqueros que endosan créditos, contratan grandes partidas, ordenan pagos, envían cartas de aviso y, sobre todo, giran letras de cambio. Respecto a éstas últimas, conviene recordar que es en estas ferias medinenses donde cristalizan y adquieren su forma de funcionamiento definitiva; la extendida creencia de que esta forma de pago se creó en nuestras ferias es algo que no se corresponde con la realidad, ya que era habitual en reuniones comerciales muy anteriores.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, los contratiempos económicos, relacionados sobre todo por el fuerte endeudamiento de la Corona, enfrascada en continuas guerras sin solución, deriva en aplazamientos y suspensiones de pagos -como el de 1575-que originan una crisis financiera que puede controlarse por muy poco tiempo gracias a las reformas de 1578 y 1583; los estudios más recientes aseguran que hasta octubre de 1594, nuestras ferias gozan de un buen funcionamiento; es a partir de la definitiva crisis de este año, unida a la ruptura del eje comercial con Flandes y al traslado en 1606 de la Corte a Madrid, cuando se llega a un punto sin retorno y a la quiebra definitiva de un sistema financiero que, maltrechamente, pervivirá hasta el reinado de Felipe V.


Las ferias agropecuarias del siglo XIX. El mercado del domingo

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Como pálido reflejo de estas ferias de carácter internacional que acabamos de ver, surge en la segunda mitad del siglo XIX, y al amparo de la llegada del ferrocarril, otras reuniones feriales de rango comarcal-regional, que se ven potenciadas con la creación del Mercado semanal del domingo entre 1810-1820, de la feria mayor de San Antolín en 1873 (primero de seis días y desde 1878 de los ocho actuales) y de la «feria chica» de San Antonio en 1877, todas ellas vigentes hasta la fecha, aunque transformadas por el correr de los años. Las tres harán de la villa uno de los principales mercados de contratación de trigo y ganado lanar en la España de los primeros años del presente siglo.

Del mercado del domingo deriva la actual costumbre de la apertura dominical de todos los establecimientos comerciales y el cierre, por descanso, de los jueves durante todo el año; de las ferias de San Antonio, en torno al 13 de junio, se afianza hoy en día una importante feria de muestras enclavada en la plaza mayor, y de la de San Antolín, los primeros ocho días de septiembre, las fiestas mayores patronales.