No cabe duda que las exposiciones se han convertido en uno de los medios más eficaces en la difusión de la cultura en los tiempos recientes. Gracias a la iniciativa de instituciones de diversa naturaleza, estas muestras, generalmente germen propicio de numerosas actividades paralelas a su celebración -edición de libros y catálogos, restauración de obras artísticas, organización de jornadas y congresos, conciertos, ciclos de conferencias, etc.- están contribuyendo al estudio riguroso de nuestro patrimonio, profundizando en el conocimiento objetivo de los hechos históricos o de las obras señeras de la literatura y las artes plásticas.

El reciente descubrimiento fortuito de una nueva edición del Lazarillo de Tormes en la localidad de Barcarrota (Badajoz), impresa en 1554 (como las otras primeras ediciones conocidas de Burgos, Alcalá y Amberes) en los talleres que los hermanos Francisco y Mateo del Canto tenían en Medina del Campo, ha propiciado en estos últimos años numerosas actuaciones de diversa índole y proyección que han dado como resultado, junto con una renovada difusión de la obra, nuevos análisis y revisiones de la misma a cargo, fundamentalmente, de filólogos e historiadores de la literatura.

La presente exposición monográfica quiere unirse a estas manifestaciones culturales planteando un recorrido por los episodios más conocidos del Lazarillo, a través de medio centenar de piezas originales del siglo XVI -y por tanto, contemporáneas a la redacción del texto original- que de manera directa o indirecta tienen relación con las escenas narradas en el libro. De este modo, se exponen esculturas, grabados, planos, obras de platería y objetos de uso cotidiano o de carácter decorativo, sin faltar a su lado los correspondientes párrafos del libro donde son mencionados y que sirven de hilo argumental de la muestra.

La exposición ha sido articulada en siete espacios correlativos para respetar la estructura del libro que ha llegado hasta nosotros; sin embargo, se ha considerado oportuno nombrar cada uno de ellos con un epígrafe que hiciera referencia a los diferentes amos que conoce Lázaro en cada «tractado» o capítulo de la obra. Son los mismos apartados que anotamos a continuación.

    Índice del catálogo:
Prólogo de Francisco Rico, Real Academia Española
Las primeras ediciones del Lazarillo de Tormes,
Bienvenido Morros, Universidad Autónoma de Barcelona
Ambiente histórico del Lazarillo de Tormes
Teófanes Egido, Universidad de Valladolid
Imprenta en España e imprenta en Medina (siglos XV – XVI)
Pedro M. Cátedra, Universidad de Salamanca
Medina del Campo, centro de importación de libros en el siglo XVI
Anastasio Rojo Vega, Universidad de Valladolid
La exposición Lazarillo. Vida picaresca en el siglo XVI
Antonio Sánchez del Barrio, Fundación Museo de las Ferias
 

Catálogo de la exposición, 2001, 117 pp.
ISBN. 84.931772-2-29



Lázaro de Tormes

La muestra comienza con la alusión a las circunstancias que concurrieron en el nacimiento de Lázaro en una aceña del río Tormes, en un paraje cercano a la ciudad de Salamanca y, por ello, se expone uno de los manuscritos más importantes que puedan encontrarse referidos a diseños de molinos, aceñas e ingenios hidráulicos de aquel tiempo: el compuesto entre 1547 y 1585 por Francisco Lobato del Canto, «ingeniero» cuya actividad se desarrolla fundamentalmente en su villa natal, Medina del Campo, circunstancia que nos acerca aún más si cabe a la «nueva» edición del Lazarillo.

I.- Lázaro y el Ciego

Para ilustrar las vivencias que Lázaro padece con el ciego, se han seleccionado siete piezas ligadas a los episodios más conocidos de esta primera parte de la obra, entre otros: el cabezazo de Lázaro contra el toro de piedra en el puente de Salamanca, el jarrazo en la cara, el racimo de uvas -recuérdese la famosa frase «¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que comía yo dos a dos y callabas»-, para acabar con la vengativa escena del testarazo sufrido por el ciego al lanzarse confiado contra un poste de piedra en la plaza de Escalona.

Un verraco de granito del siglo II d. C., procedente de Martiherrero (Ávila) y conservado actualmente en el Museo de Ávila, nos recuerda las palabras del ciego a Lázaro tras la «cornada» del toro de Salamanca: «Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo». De otra parte, es sin duda el célebre libro de Pedaneo Dioscórides, Acerca de la materia medicinal y de los venenos mortíferos…, el más difundido tratado de remedios y plantas medicinales de esta época; como cabe suponer, su inclusión en la muestra responde a las alusiones que se hacen en el Lazarillo de los conocimientos sobre estos temas que tenía el ciego: «Haced esto, haréis estotro, coged tal yerba, tomad tal raíz…» (se expone la edición del Dr. Andrés Laguna, impresa en Amberes en 1555).

Un puñado de blancas contemporáneas, esto es, acuñadas durante los reinados de los Reyes Católicos y el Emperador Carlos, hacen referencia a las sisas que el avariento personaje hubo de padecer por parte de su «protegido» (la denominación de media blanca dada en el libro, corresponde más a un valor arbitrario asignado a una moneda que a una pieza acuñada con ese valor). Un jarrillo «borracho», con decoración esponjillada, como el que se muestra en la exposición, sería muy parecido, sino idéntico, al descrito en el célebre pasaje del jarrazo que acaba desdentando al pobre joven Lázaro: «me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quedé. Desde aquella hora quise mal al mal ciego».

Como término de este primer espacio expositivo, se recoge una columna de piedra, en recuerdo del poste ya aludido de la plaza de Escalona contra el que el ciego se rompe la cabeza.

II.- Lázaro y el Clérigo de Maqueda

Siguiendo puntualmente las penalidades de Lázaro de Tormes, las malas artes del ciego son sustituidas por la mezquindad y avaricia sin límites encarnadas en el clérigo de Maqueda. Un extraordinario relieve flamenco realizado hacia 1515, que representa la ceremonia de la misa -iconográficamente corresponde a la Misa de San Gregorio-, nos recuerda el arranque de la relación de Lázaro como acólito del miserable presbítero, su segundo amo: «me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad».

Muchos de los episodios de este «tractado segundo» del Lazarillo tienen relación con el arca donde el clérigo guarda celosamente los «bodigos» de pan. El expuesto corresponde a una tipología frecuente durante el siglo XVI, que se extenderá hasta el siglo siguiente, y que muestra en uno de sus lados «ratonaduras» similares a las del «arcaz» descrito en la obra.

El ofertorio de la misa sirve de escenario para mostrar la cicatería y miseria del clérigo: «Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía que no era dél registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos». En la exposición, la escena es ilustrada con un cáliz de plata sobredorada elaborado hacia mediados del Quinientos; una bandeja o plato limosnero del tipo «dinanderies» y una campanilla «de Malinas», cuyas denominaciones nos ponen en relación con su procedencia, las ciudades de Dinant y Malinas, grandes centros de comercio con la Península durante todo el siglo XVI, desde las cuales se exportaban, respectivamente, millares de piezas como las presentadas.

Del mismo modo, las salidas callejeras con el viático de los enfermos y los rezos en los mortuorios, quedan reflejados con la inevitable esquila que alertaba del paso del Sacramento, la crismera de los santos óleos y el hostiario en el cual se llevaba reservada la hostia consagrada. Como final de esta segunda etapa de Lázaro se expone un sartal de llaves en alusión al que llevara el «angélico calderero» con el que se encontró Lázaro a la puerta de casa «enviado por la mano de Dios».

III.- Lázaro y el Escudero

Para recrear las peripecias que Lázaro pasa con su tercer amo, un hidalgo de apariencias que invita a la compasión, se han seleccionado nueve piezas relacionadas con su atuendo, su posición social, su lugar de nacimiento, etc. Así, respectivamente, se muestran: un relieve que iconográficamente representa el Martirio de San Pablo, donde se recoge un variado elenco de indumentarias de los personajes de la época; una ejecutoria de hidalguía con magníficos miniados; la conocida vista de Valladolid, de Franz Hogenberg y Joris Hoefnagel, y dos escrituras de censos documentados en la Costanilla, calle pucelana donde se hallaba el pretendido solar del linaje familiar de nuestro personaje; y, además, una espada ropera contemporánea a la obra, en alusión a «los prestos aceros» que blandiera orgullosamente como hidalgo, sin faltar un real de plata, el particular «tesoro de Venecia» del pobre escudero, acuñado en la ceca de Toledo antes de 1566, año en que se firma el decreto de «nueva estampa».

El último episodio vivido por Lázaro con el hidalgo vallisoletano, la persecución de éste por la justicia de Toledo, es rememorado con un manuscrito original de las Ordenanzas de Toledo, fechadas en 1505, documento inédito que por razones que aún no conocemos con seguridad, se ha conservado en el Archivo Municipal de Medina del Campo.

IV.- Lázaro y el Fraile de la Merced

La fugaz convivencia de Lázaro con un fraile mercedario, carente de episodios concretos en el texto original, sugiere la cercanía del protagonista a un mundo de moralidad prohibida que no se relata en el libro por razones evidentes. En la exposición, se muestra la escultura de un fraile mercedario -corresponde iconográficamente al fundador de la Orden de Ntra. Señora de la Merced, San Pedro Nolasco-, ejecutada por Pedro de la Cuadra en los años finales del siglo XVI, y un grabado xilográfico con el escudo de la Orden que aparece en la portada de los Comentarios a Santo Tomás (Salamanca, 1585), obra del insigne mercedario Fray Francisco Zúmel.

V.- Lázaro y el Buldero

El quinto de los amos de Lázaro es un «desenvuelto y desvergonzado» buldero con quien pasa «hartas fatigas» durante cerca de cuatro meses. Como es natural, se recoge en la exposición una bula original de aquella centuria, junto con dos Reales Provisiones, una de 1525 en la que se ordena a los comisarios de la Santa Cruzada que no pidan dinero a un Concejo y a sus vecinos, y otra fechada en 1554 -el mismo año de las primeras impresiones conocidas del Lazarillo- en la que se insta a los concejos a nombrar personas de orden para el cobro de las bulas de la Santa Cruzada. También se expone un libro impreso en Toledo en el que se explica, entre otras cosas, el modo en que se ha de presentar la bula, las diferentes clases admitidas o los beneficios que se obtienen al tomarla.

VI.- Lázaro y el Capellán. Lázaro y el Pintor de Panderos. Lázaro aguador

Por un período más breve que en el caso anterior, Lázaro se asienta con un pintor de panderos -sería un buhonero o vendedor callejero de su propia producción- al que «muele los colores», a golpe de mano de mortero o almirez; de aquí que se recojan en la exposición varios de estos utensilios cotidianos de bronce, con diversos motivos decorativos habituales en aquella centuria -columnario, heráldico, etc.- como recuerdo de esta efímera actividad de nuestro protagonista.

Un capellán de la catedral primada es el siguiente amo de Lázaro; bajo su tutela se convierte en aguador, recorriendo la ciudad con un asno, unos cántaros «y un azote» que el eclesiástico pone a su disposición tras su primer encuentro. Con él vive cuatro años y por fin puede vestirse»muy honradamente de la ropa vieja» con las ganancias que le proporciona su oficio. Realmente -y en palabras del propio Lázaro- «fue el primer escalón que yo subí para venir a alcanzar buena vida». Su etapa como aguador es recordada en la exposición con dos cántaros de distinto tamaño, cuyas características son las propias de una cronología comprendida entre los siglos XV y XVIII. También, como contrapunto, se muestra un diseño manuscrito, fechado en 1561, de un ingenio para subir agua del río Tajo al Alcázar de Toledo y proveeer con ella al vecindario; esta necesidad imperiosa de la ciudad imperial se logrará poco tiempo después e incidirá notablemente en el esforzado trabajo de los aguadores de Toledo (nos referimos al célebre artilugio mecánico de brazos oscilantes construido por Juanelo Turriano, en funcionamiento entre 1568 y 1639, que diariamente suministraba a la ciudad «mil seiscientos cántaros de a cuatro»).

VII.- Lázaro y el Alguacil. Lázaro pregonero y el Arcipreste de San Salvador

Por último, tras convivir poco tiempo con un alguacil, del que se despide por parecerle oficio peligroso, Lázaro se convierte en pregonero, «oficio real» que le proporciona la estabilidad que tanto ansía; y lo consigue al casarse con una criada del Arcipreste de San Salvador, el último de sus amos.

En este último espacio se exponen, de una parte, una ordenanza de vinos, fechada en 1503, que incluye su pregón en la plaza pública -en este caso en la del mercado de Medina del Campo- y el que tradicionalmente se ha tenido siempre como el tambor original del pregonero del concejo de Valladolid, datado en el siglo XVI y conservado entre los fondos de la Catedral Metropolitana, y, de otra, la excepcional vista de Toledo recogida en el Civitates Orbis Terrarum que pone punto final a la muestra como escenario urbano de la última etapa de la vida de nuestro protagonista.

Visitas programadas: Se ha hecho llegar a los centros de enseñanza de la provincia de Valladolid información acerca de los contenidos de la exposición para programar visitas guiadas. Asimismo, dentro del programa de difusión y acción cultural, se ha editado un cuaderno didáctico orientado a 2º y 3º de Educación Secundaria Obligatoria que recoge una propuesta de actividades sobre la exposición para un mejor aprovechamiento de la visita de los alumnos.