Retrato de una niña

Anónimo, 1581
Óleo sobre tabla / 35 x 31’5 cm
Inscripciones:» AETATI SVAE 5 / Aº 1581”
Fundación Simón Ruiz (obra depositada en el Museo de las Ferias)

 

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Este retrato de busto de una niña de cinco años, tal y como indica la inscripción situada en la parte superior del cuadro, pertenece a los fondos iniciales de la Fundación instituida por el influyente banquero Simón Ruiz, en Medina del Campo. La tabla aparece citada en el inventario de bienes otorgados al Hospital que fundara como “un retrato de niña con su marco dorado”, sin más datos que puedan identificar al personaje retratado.

La vida privada de Simón Ruiz pasó por dos matrimonios sin que exista constancia de hijos en ninguno de los dos casos. Resulta sin embargo sugerente, para la historia de la tabla que contemplamos, considerar la posibilidad de encontrarnos ante un retrato de una supuesta hija del banquero. Viudo de su primera esposa Simón Ruiz contrae nupcias con Doña Mariana de Paz, a comienzos de 1574. La fecha que aparece datando la tabla, 1581, y la edad de la niña representada, podrían llevarnos a pensar que estamos ante la imagen de una hija habida en este matrimonio, que fallecería algún tiempo después, sin que su nombre aparezca citado en la documentación testamentaria del financiero.

 La ausencia documental de libros de bautismo en la parroquia de San Facundo de Medina, donde residía Simón Ruiz, dificulta en extremo la posibilidad de documentar al personaje. El problema se acrecienta con el traslado de residencia de Simón Ruiz quien, precisamente en el año de 1581 en que se fecha la tabla, se traslada a vivir a Valladolid, donde permanecerá hasta 1591. Este cambio de residencia puede hacernos pensar que la tabla habría sido pintada en Valladolid por alguno de los artistas residentes en la villa. La concepción del retrato es más una prolongación del arte flamenco, que una innovación formal relacionada con la captación psicológica, o con la emulación de los retratos clásicos que se estaba realizando en Italia.

La figura de la niña ataviada con un rico traje, como el que pudiera llevar una dama de su tiempo, se plasma con una gran frontalidad sobre un fondo neutro, esmerándose de un modo especial en la reproducción de los adornos del ropaje. El rostro es inexpresivo, ejecutado con cierta torpeza de rasgos, con la idea de que el retrato sea un simple documento temporal, una auténtica fotografía de la época sin mayores pretensiones, según recordaba el tratadista portugués Francisco de Holanda al señalar que “si alguno supiere amar muy fiel y castamente, dino es de tener al natural pintado el vulto que ama, ansi para las ausencias de la vida como para la recordación después de la muerte”. Esa idea del recuerdo y la perduración de la memoria fue la que alentó la creación de obras como la que ahora estudiamos.

Manuel Arias Martínez