Cristo yacente 

Juan de Montejo
ca.1598

Madera tallada y policromada / 150 x 50 cm
Colegiata de San Antolín. Medina del Campo


Hasta donde hoy sabemos, parece que Juan de Montejo llega a Medina del Campo proveniente de Salamanca capital, donde había instalado su taller en 1597 después de un largo periodo vital en Zamora, y su primer contacto con la villa le dirige hacia el Colegio de la Compañía de Jesús donde su rector, Cristóbal de los Cobos –a quien habría conocido en la ciudad del Tormes– le encomienda en 1598 ciertos trabajos en el retablo mayor de su iglesia. A buen seguro este importante concierto desencadenó otros, pues en un arco cronológico muy próximo encontramos al escultor trabajando por otros edificios e instituciones de Medina.

La primera fue la cofradía de la Santa Vera Cruz, para la que realiza este Cristo yacente que se integra en el paso procesional del Santo Entierro. Obviando emplazamientos posteriores, la imagen se ubicó originalmente en una de las cuatro capillas laterales con que contaba el templo penitencial de la hermandad y con él se escenificaba, como era habitual a fines del siglo XVI, la deposición de Cristo en el sepulcro. La renovación acontecida en la Semana Santa medinense a mediados del siglo XX tras la desaparición de una parte importante de las cofradías históricas, entre ellas la de la Vera Cruz, hizo que la escultura pasase a la Real cofradía del Santo Sepulcro, fundada en 1943. Aquí asume el sobrenombre popular con el que se la conoce en la localidad, “Cristo de los Toreros”, ya que fueron los profesionales y aficionados al mundo del toro los que se encargaron de procesionarla, y en no pocas ocasiones un rico capote cubría parte de la talla actuando como un largo faldellín.

Su indudable atribución al salmantino Juan de Montejo permitió no hace tantos años desechar las relaciones que se habían querido ver con distintos maestros de la escuela de Toro. Para ello, debemos apoyarnos en el estudio de su anatomía, magra y musculosa, pero nada hinchada, o en la utilización de un distintivo paño de pureza, cruzado en aspa dejando ver la parte superior del muslo, anudado sobre las caderas y con uno o dos colgantes laterales, remedo del utilizado en estampas de Tobias Aquilano (1570), Orazio de Santis (1572) o Pedro Ángel (1584). También ciertos detalles de la testa nos acercan a la plástica de Montejo, pese a que el modelado del rostro no es lo mejor conseguido de la imagen. Aun así, la minuciosa talla del cabello, con abundantes caracoles, la terminación bífida de la barba y la disposición de ojos y boca entreabiertos, esta última mostrando parcialmente los dientes, son parte de esos rasgos junianos presentes en el modo de hacer del salmantino, como también lo es el forzado quiebro que muestran ambas muñecas. Además, la concepción general de la imagen, llena de dinamismo e inestabilidad, se acerca bastante al tratamiento de varios crucificados zamoranos autógrafos tallados en esta misma década de 1590, caso del que corona el retablo de la capilla de Cristóbal González de Fermoselle en la iglesia capitalina de San Cipriano.


Sergio Pérez Martín

BIBLIOGRAFÍA

PÉREZ MARTÍN, S., El escultor Juan de Montejo (1555-1601). Un último aliento de la estética juniana. Biblioteca de Historia del Arte, 42. Madrid, CSIC, 2024.

SÁNCHEZ DEL BARRIO, A., ficha nº 4 del catálogo de la exposición El árbol de la vida. Las Edades del Hombre. Salamanca, 2003, pp. 358-359.

VASALLO TORANZO, L., “A propósito del escultor Juan de Montejo“, en Goya, 299, 2004, pp. 72 y 74.

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