DOCUMENTOS ARCHIVO SIMÓN RUIZ – 60 / NOVIEMBRE – DICIEMBRE 2025
Carta de Francisco Henriques a Simón Ruiz en Valladolid
París, 14 de enero de 1585
Manuscrito sobre papel / bifolio
Archivo Simón Ruiz (ASR, CC, C 221-183)



El Archivo Simón Ruiz conserva en torno a 58.000 cartas, la mayor parte de carácter comercial y financiero. Sin embargo, en ellas se palpa también la vida política y cotidiana de la Europa del siglo XVI, pues los mercaderes, gracias a sus redes de corresponsales y a su contacto con personajes influyentes, eran depositarios de información privilegiada. Así, estas misivas no solo documentan transacciones, sino que revelan actitudes, preocupaciones y estrategias frente a los grandes acontecimientos de su tiempo. La carta que nos ocupa constituye un buen ejemplo de ello.

El remitente, Francisco Henriques, era hijo de Manoel Henriques, mercader establecido en Amberes que mantenía estrecha relación con Simón Ruiz, sobre todo en operaciones de cambio y comisiones en las ferias castellanas. Durante el asedio de Amberes, Manoel fue de los pocos comerciantes que permaneció en la ciudad, mientras la mayoría huía a Colonia. La economía local se desplomó entre 1578 y 1585, y en vísperas de la entrada de Farnesio apenas quedaban diez hombres de negocios. Pero la permanencia de Manoel no fue voluntaria: el propio Farnesio prohibía la salida. De ahí que Francisco solicite en esta carta a Simón Ruiz el envío de 100 ducados a Madrid destinados a su primo, el padre Emanuel López, con el fin de obtener un pasaporte del Rey que permitiera a su padre abandonar Amberes.

La carta ilustra también los recursos empleados para sortear la frecuente pérdida de correspondencia: duplicar escritos, enviarlos por distintas rutas o incluir cartas abiertas dentro de otras cerradas. Francisco, desde París, recibía misivas de Amberes para reenviarlas a Simón Ruiz y, a su vez, éste recibía en la capital francesa las cartas del castellano con destino a Flandes, Colonia o Zelanda.

En un gesto de cortesía, Francisco ofrece a Simón Ruiz dos “cuartagos”, caballos de mediano tamaño, moteados, de los que en España llaman de color “azúcar y canela”, muy codiciados en la época. Sin embargo, su verdadera actividad en la corte de los Valois era la joyería, un negocio dominado por portugueses, sobre todo en diamantes y rubíes. En esta ocasión envía a Ruiz una cajita con tres pares de pendientes: unos en forma de perilla con noventa y ocho diamantes valorados en 190 escudos del sol, otros con la letra H y catorce diamantes (85 escudos) y un tercer par con la letra L y diez diamantes (70 escudos). Sugiere, además engastar perlas, más asequibles en España puesto que las perlas de las Indias occidentales son más baratas que las que venían de Oriente. Los pendientes en forma de perilla corresponden a la talla “pendeloque”, muy en boga en la corte francesa, mientras que los de iniciales H y L podrían aludir al rey Enrique III de Francia (Henri) y a la reina Luisa de Lorena-Vaudémont. Henriques aconseja a Ruiz que atase los pendientes con un hilo de seda sujeto a un papel blanco y precintado con su sello, para evitar que los cortesanos los pidieran prestados, pues -según advierte- “quando lo pueden haver prestado, no lo compran”.

El joyero relata vendido por 6.000 escudos una “buena gargantilla y muy galana y linda invención” pero que, mostrada al embajador, «me dixo que en España no trayan las señoras semejantes joyas por no se despechugaran como aquí las de la tierra. La moda de los amplios escotes y cuellos bajos, impulsada por la reina Luisa de Lorena, respondía precisamente al deseo de realzar las joyas cortesanas. Insiste Henriques en que tiene un collar “de otra invención … de 1.500 escudos que holgara embiar allá, empero, como dize no traen los pechos descubiertos, no sirve”.

Francisco, por su parte, solicita a Simón Ruiz calzas de seda, muy apreciadas en París. En otra carta, fechada el 31 de mayo de 1585, precisa un pedido de dos docenas en vivos colores —encarnado, pardo, azul, amarillo, verde hierba, azul marino y blanco—, mitad para hombres y mitad para mujeres.

No obstante, bajo el tono comercial late un sentimiento de amargura. Henriques confiesa haber sido desterrado de Portugal por un año, sin pruebas ni culpa, solo por sospechas. No pide perdón ni intercesión, pues se siente injustamente tratado. Sabemos que, tras un viaje a Portugal en 1580 o 1581, fue detenido por los españoles bajo la acusación de espiar para el conde de Vimioso, don Francisco de Portugal, partidario del prior de Crato, don Antonio, rival de Felipe II en la sucesión a la corona portuguesa. La acusación se basaba en la compra de joyas al conde, quien, tras su cautiverio en Fez y el oneroso rescate de 20.000 cruzados, se vio obligado a vender. Para la justicia española, aquella transacción equivalía a financiar la causa del prior. Francisco Henriques fue encarcelado en Medina del Campo y luego en Madrid, hasta que obtuvo la libertad gracias a la mediación de Simón Ruiz, del embajador en Francia, Juan de Zúñiga y, sobre todo, del cardenal Granvela.

Desterrado, regresó a París, donde halló un trágico final: en junio de 1589 murió en duelo a las puertas del Louvre, enfrentándose a un capitán gascón.

Fernando Ramos González


BIBLIOGRAFÍA

RUBIO ESTEBAN, Julián M., Don Francisco de Portugal, conde de Vimioso y la Unidad Política de la Península, Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 1927, pp. 322-346.

VÁZQUEZ DE PRADA, Valentín, Lettres marchandes d’Anvers, Paris, École Pratique des Hautes Études, 1960, t. I, pp. 202-204.

FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, Manuel, Felipe II y su tiempo, RBA, Biblioteca de Historia de España, Barcelona, 2005, pp. 521-523 y 528-532.

LAPEYRE, Henri, Una familia de mercaderes: los Ruiz. Contribución al estudio del comercio entre Francia y España en tiempos de Felipe II, ed. y trad. Carlos Martínez Shaw, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2008, p. 524 y nota 131.


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