Botes de farmacia del Hospital Simón Ruiz

Taller de Talavera
Finales del siglo XVI y 1629

Cerámica esmaltada con decoración esponjillada / varios tamaños
Fundación Simón Ruiz. Conjunto depositado en el Museo de las Ferias

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El Hospital de la Purísima Concepción y San Diego de Alcalá de Medina del Campo se debe al patronazgo de Simón Ruiz Envito, obra a la que consagrará los últimos cinco años de su vida. La construcción del edificio –que sigue modelos clasicistas derivados de la tratadística italiana y los cánones de la arquitectura jesuítica-, se inicia en noviembre de 1592 y no concluirá hasta 1619, veintidós años después de la muerte de su fundador. En él “se han de curar todo género de enfermedades y se han de recoger a todos los desamparados y peregrinos que a esta villa acudieren”, y se establece que ha de estar dirigido por un sacerdote, que actuará como administrador, auxiliado por dos capellanes, un médico y dos cirujanos, junto con los oficiales y servidores necesarios para atender setenta y dos camas.

La botica se hallaba el la esquina del ángulo noroeste, situada en una planta intermedia entre la primera de hombres y la segunda destinada a las mujeres. Su obra se llevó a cabo en 1619, el mismo año que concluyó la fábrica del hospital, y a partir de ese momento empezó a dotarse de anaqueles, cajas de armarios, destilatorios, alambiques, redomas, etc. Pero, sin duda, el mayor desembolso consistió en la compra de la farmacia al boticario medinense Juan de Tordesillas del que sabemos que estuvo activo en el año 1590. A su muerte el Hospital adquirió la botica con todas sus existencias por 102.000 maravedíes, un precio ventajoso para la administración del hospital dados los apuros económicos que agobiaban a los herederos del boticario.

El botamen de la farmacia es prácticamente el único bien mueble que se ha conservado de este establecimiento hospitalario y sigue modelos conocidos en Europa desde el siglo XII heredados, a su vez, de las boticas musulmanas. Se trata de tarros o botes de forma cilíndrica ligeramente entallada en la parte central para poder asirlos mejor. La boca es ancha y suele terminar en un borde engrosado para retener mejor la cuerda con que se ajusta la tela encerada o el pergamino que hace las veces de tapadera hermética para evitar la sublimación de las sustancias. El cuello es corto y ancho y el pie liso y realzado con un ruedo de asiento. Su interior es liso y esmaltado para evitar la porosidad y así impedir la evaporación y la posible contaminación del preparado por la disolución de las sales arcillosas del recipiente. Los tarros de esta farmacia son de tipo talaverano y corresponden a la “serie esponjada o esponjillada”, llamada así por la técnica empleada en su decoración: sobre un fondo blanco lechoso de estaño y mediante una esponja o muñequilla hecha de trapo, se aplica exteriormente un punteado irregular de azul cobalto que se fija a la pieza en una segunda cocción.

El conjunto del botamen conservado en el Museo de las Ferias lo constituyen 105 botes de distinto tamaño: 101 ejemplares cuya altura está entorno a los 25 cm y otros 4 ejemplares de 18 cm. Aun siendo de la misma serie esponjillada hay un conjunto de 23 tarros -iguales en tamaño- que corresponden a un tipo de producción o taller diferente y podría tratarse de los “veintitrés botecillos para la farmacia” que costaron 476 maravedíes anotados en la cuenta de gastos de la hacienda del Hospital del año 1629. En todos los botes (salvo en estos veintitrés últimos) se pinta posteriormente sobre el esponjado azul una cartela blanca dispuesta en vertical y orlada por lambrequines y volutas de color rojo donde se inscriben, con tinta negra manuscrita, los nombres en latín de los productos que contenían. Asimismo, algunos botes conservaron etiquetas de la farmacia militar de la 7ª División en papel impreso pegado y texto manuscrito correspondiente al periodo en que este edificio fue Hospital Militar durante la Guerra Civil.

Fernando Ramos González

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BIBLIOGRAFÍA

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